Hoy Elena os cuenta su experiencia como voluntaria

Soy Elena, voluntaria de la ONG Amor sin Barreras.

Cuando conocí a Ana me di cuenta que compartía totalmente su filosofía sobre la cooperación, básicamente es ayudar sin inmiscuirnos en sus culturas, y vi una transparencia tan grande, que no había visto hasta ahora en ninguna ONG, que me alentó a poner mi granito de arena en la ayuda de personas más desfavorecidas.

Ana estaba inmersa en la construcción del cole “Pole Pole Olabide” y después de varias reuniones para explicarme qué es lo que se necesitaba para la puesta en marcha de ese maravilloso proyecto tuve claro que yo quería estar allí.

Así que él 14 de enero del 2022 partimos con muchas ganas de trabajar, de hacer las cosas bien y llena de ilusión por ver cómo podía mejorar la situación de estos niños.

La llegada fue un cúmulo de sentimientos, estaba en medio del continente africano, sin saber el idioma, agotada tras más de 32 horas de viaje y con la inseguridad, y por qué no decirlo, el miedo de no saber cómo iba a reaccionar ante lo que me esperaba.

Tenía mucho miedo de desmoronarme psicológicamente y más que una ayuda ser una carga. Aunque lo que ocurrió no tuvo nada que ver con los miedos que yo sentía.

En esa parte del mundo las cosas van pole pole y sin ninguna garantía de casi nada.

Y eso es lo que ocurrió el día de la inauguración, un cúmulo de circunstancias (como que se nos inundase la casa por la lluvia después de que no había hecho aparición desde hacía muchos meses o que nos obligaron a posponer unas cuantas horas el comienzo del cole) . 

Ahora no pasa de una simple anécdota que contamos con una sonrisa, pero cuando estás inmersa en ellas parecía todo salido de una película.

Esa noche, cuando ya se había arreglado “casi” todo y tuve un momento para descansar, el día había sido agotador, me di cuenta que las circunstancias nos lo habían puesto difícil pero que en ningún momento desfallecí, ni física ni psicológicamente, y todo el trabajo que habíamos hecho para preparar comedor, cocina, clases, patio, etc… había valido la pena y el esfuerzo para afrontar ese cúmulo de circunstancias que querían echar por tierra nuestro proyecto, había tenido su recompensa (y sigue teniéndola) pues el colegio infantil había comenzado a andar.

A partir de ese primer día me encontré fuerte para afrontar lo que los días que iba a pasar en Turkana me depararaban.

Y así ocurrió, día a día convivía durante muchas horas con unos niños que empezaron asustándose de estas chicas blancas que les llevaban a hacer pis y cacas a unos sitios muy raros para ellos –como corrían muertos de miedo cuando tirábamos de la cadena en los baños– y terminaron abrazándonos a todo llorar el día que nos íbamos.

Y en ese periodo de tiempo, duermes en tus brazos a James, porque viene agotado y muerto de sueño después de levantarse antes de salir el sol, subido en la espalda de su abuela o de su hermanita para recorrer el largo camino que separa su choza del cole.

O te pasas casi toda la mañana quitando mocos y lágrimas de las caras de los niños, o te pegas no se cuantas horas picando verduras y patatas para que Monica haga la comida, o te metes a la clase para ayudar a Patricia a que no se vayan los niños de la clase y la presten un mínimo de atención o…… bueno podría contar un montón de cosas que hacíamos pero lo realmente importante es sentir que ese era el lugar donde tenía que estar, que esos niños ya no eran “eso niños” que comenzaban a ser: Lincy, Abraham, Asinye, Akiru, Leonard… cada uno con su personalidad y sus necesidades y los que consiguieron que, hoy en día, desde miles de kilómetros de distancia, siga sintiéndoles un poco parte de mi.

A pesar de que teníamos agua… cuando teníamos. A pesar de que teníamos luz… cuando teníamos. A pesar de ser el mal llamado “tercer mundo” con todas sus carencias materiales, conseguí estar en “casa”, conseguí sentirme parte de un proyecto que da lo mejor de cada uno de nosotros para recibir lo mejor de cada uno de eso niños y sus familias.

Así lo viví… 

Elena 

Sentadicos debajo de una acacia… 

Una de las preguntas que más me hacen sobre Turkana es:

-Ana, ¿y qué hacen allí los niños? 

Lo primero que voy a destacar es que siempre están  todos juntos 🤗, da igual la edad que tengan, y entre todos cuidan de los bebés… Es admirable su sentido del compartir, de la unión y de la protección 😍 

Es muy común verlos sentados a la sombra de una acacia charlando, jugando con la arena y las piedras y muchas veces simplemente observando… 

En cada gesto percibo su tranquilidad, cuando les miras a los ojos ves un brillo especial, transmiten paz y sus sonrisas son dulces y sinceras… 

Pero estos mismos niños demasiadas veces tienen responsabilidades enormes…

Algunos cuidan de los animales… van con el rebaño 🐐 y un palo en la mano buscando comida 🌱

Al amanecer, ya se ven niños caminando en busca de agua. Muchas veces son tan chiquis que no pueden ni con la garrafa 🪣…

¿Juguetes? 🤔 

Solo un día vi un balón y estaba hecho con palitos, tela y cuerdas… 

¿Una muñeca? 🤗 Nunca vi una, pero vi algo muy esperanzador… una niña, de no más de seis años, haciendo su propia muñeca con dos palos, un tapón y trozos de tela. 

¿Un coche de juguete? ¡Sí que lo vi! Estaba hecho de alambres. ¡Una pasada! Su creatividad va más allá… 

En ellos pervive algo que muchos de nosotros, niños y mayores, hemos dejado de lado… 

La verdadera esencia 🌍

Entrevista a Laia Piñeiro, médico y voluntaria de Aztívate en Turkana, por Ana Baz de ASB

Turkana desde la mirada de una doctora 🌍

Ana Baz, fundadora de Amor Sin Barreras, ha viajado a Kenia en enero de 2021. Ha estado en Turkana, en el lugar en el que ASB gestionará una guardería para 30 niños a través de un contrato de colaboración de tres años con Aztívate.

Allí ha conocido a Laia Piñeiro, médico y voluntaria de Aztívate en Turkana. Ha visitado con ella diferentes niños con patologías diversas a los que hace un seguimiento desde hace años. Por ello, ha querido mostrar a través de una entrevista la realidad de Turkana desde la mirada de una especialista en medicina.

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